Hace poco reseñábamos en trabajo de Carl Zimmer en el libro Science Ink donde recoge cientos de tatuajes de investigadores y fanáticos de la ciencia. Cadenas de ADN, fórmulas químicas, electrocardiogarmas, bacterias, neuronas...
Pero a veces son los científicos los que hacen los tatuajes. Es el caso de los oncólogos radioterápicos que para asegurarse que administran todos los ciclos de radioterapia en la zona correcta tienen que poner unas marcas de referencia. Y la forma más segura de hacerlo es tatuando unas pequeñas manchas (como un lunar) en las zonas que circundan al tumor.
Muchas veces los pacientes deciden eliminar después del cáncer el tatuaje, e incluso se hacen campañas a nivel nacional para eliminarlos. Pero para algunos supervivientes, el tatuaje es un buen recuerdo de esa lucha y de la nueva esperanza que han conquistado, así que deciden conservarlo para celebrar cada día que han ganado la batalla.
Del mismo modo, otros pacientes oncológicos conservan las máscaras para radioterapia que se usan con el mismo fin cuando los tumores son de cabeza y cuello. Estas máscaras se hacen de forma personalizada antes de empezar la radioterapia y evitan que el paciente se mueva durante la misma y así se preservan mejor las zonas sanas.
Os preguntareis que quién narices quiere acordarse de que fue tratado de un cáncer, linfoma o leucemia… ¡Pues mucha gente! Y no, no se trata de psicópatas, tarad@s o morbos@s… Se trata de gente que ¡está agradecida a la ciencia, a los médicos, incluso al destino, de seguir viva! Porque la máscara es el recuerdo de que gracias a un tratamiento los médicos te salvaron la vida. Algo impensable hace años… Pensadlo: solo hay que ver las vivencias asociadas al cáncer desde otro prisma.
Vanesa Sáez Iglesias @terapiacanguro en su blog
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